POR : ELVIRA DE LA PUENTEEl viernes tres de agosto de 1979, la Quinta Mercedes de Vitarte, amaneció envuelta en una tristeza y soledad infinitas. La noche anterior, a las 10.45, Victor Raúl Haya de la Torre había dejado de existir. Un paro cardíaco había puesto punto final al largo tiempo que pasó luchando contra el cáncer que lo aquejaba. Aún cuando la enfermedad estaba ya muy avanzada en su cuerpo, él decía "aquí estoy: fuerte y sano". En una carta había escrito una vez a un amigo: "Si algún día me enfermo, será de un ataque de fe".
"Haya de la Torre murió anoche de paro cardíaco", decían las primeras planas al día siguiente. "El Comercio", aunque no compartía las ideas políticas de Victor Raúl, cerraba su editorial diciendo "Se ha cerrado una página que contiene medio siglo de la historia de nuestro país. Medio siglo de la vida de un hombre que se consagró a un ideal. Ha muerto un peruano universal, sus ideas son ya patrimonio de la cultura occidental." "Haya de la Torre nunca abdicó de sus ideales", decían incluso los diarios que nunca habían simpatizado con con él.
"Tristeza y soledad en Villa Mercedes", decía "La Prensa". "Un viejo guardián de Vitarte no pudo contener gruesas lágrimas que rodaron por su rostro, al contemplar la profunda y lacerante soledad en que ha quedado la quinta."
Villa Mercedes, el tranquilo hogar donde vivió su última década, no era propiedad de Victor Raúl, sino de su prima hermana, Mercedes de la Torre de Ganoza, hermana del pintor Macedonio de la Torre. Haya de la Torre no era dueño de ningún inmueble, exceptuando su propia tumba, que él mismo adquirió en vida, en Trujillo, junto a las tumbas de sus padres. No dejaba ninguna herencia, nunca tuvo una caja fuerte, ni una chequera, ni más dinero del que llevaba en el bolsillo. No le interesaba la propiedad material, y era enemigo de las deudas.
Después de sus actividades en el Partido, Victor Raúl llegaba a Villa Mercedes casi siempre bastante después de la media noche. Era conocido por trabajar sin descanso y dormir un promedio de cinco horas al día. "Ya dormiré cuando me muera", decía. Y lo poco que ganaba, con sus libros, escritos y conferencias, iba directamente a su trabajo, a sus obras, a su gente que se reunía en la Casa del Pueblo y que él quería como si se tratara de su propia familia, a "su" Comedor, a la Fundación para la Navidad del Niño del Pueblo, a su lucha. Su talento, su fuerza y su fé, eran su único capital.
En Villa Mercedes, la biblioteca era su lugar preferido. Las estanterías eran simples y rústicas, y los libros que había en ellas los había ido reponiendo poco a poco, porque su biblioteca original, de miles de volúmenes, había sido requisada por una de las tantas dictaduras que él combatió. Sobre un escritorio simple, de madera lisa, estaba su pequeña máquina de escribir, siempre con un papel en blanco puesto y listo para empezar. Siempre grandes montañas de papeles sobre el escritorio, notas, memorandums, planes cercanos y lejanos. Un sillón y unas sillas de cuero repujado para las visitas. Estaban también allí la toga y el birrete que recibió al graduarse en Oxford, donde terminó sus estudios económicos y sociales. Siempre guardó este atuendo y lo enseñaba con alegría a quien la quisiera ver.
Hay una famosa foto de Victor Raúl ya viejo, riendo con esa toga puesta. Siempre conservó una actitud fresca y risueña ante la vida, tal vez por eso contagió a tanta gente con sus sueños. Decía que los años en Oxford, aunque desterrado y lejos del Perú, habían sido la época más feliz de su vida. En Oxford fue muy reconocido, llegando incluso a ser designado representante principal de la Universidad en un importante debate con la Universdad norteamericana de Washington, acerca de la doctrina Monroe, que consideraba vertical y unilateralmente la relacion de Estados Unidos con Latinoamérica. Haya de la Torre se lució esa noche de mayo de 1927. Fue presentado por la Oxford Union Society, institución representante de los estudiantes, como "el verdadero mensajero del nuevo mundo latinoamericano", y ganó el debate. El "Oxford Times" dijo que la ovación había sido "una de las más prolongadas que se han oído en la unión", y varios periódicos, tanto de Oxford como de Washington, elogiaron la victoria. Se le oyó decir entonces, "La censura de Leguía no permitirá que esto se sepa. ¡Pobre Perú!" Leguía le había expulsado del Perú en 1923, a los veintiocho años.
precozmente,desde los 25 años, el movimiento estudiantil y obrero que logró las reivindicaciones sociales y laborales en Lima. Destierro, persecución, largos años de encierro, es lo que tuvo que soportar un hombre que fue un verdadero genio, reconocido y respetado por los más grandes de su época en el mundo, atacado y perseguido sólo por defender el valor de lo que debería ser en vez de mimetizarse resignadamente, o interesadamente, con la realidad "tal como era".
Cuanto más conoció las injusticias de la "realidad", más se rebeló contra ellas, seguro de que era posible cambiarlas. Cuando comenzó sus estudios de Derecho, siguiendo la voluntad de sus padres, se le oía decir, con la sinceridad que siempre lo caracterizó: "No me gusta la carrera porque el abogado debe defender el pro y el contra. Si debe sostener que un criminal es inocente, aunque no lo sea, resulta un brillante defensor cuando logre su absolución, a pesar de que le consta que ha defendido una mentira." El manejo de expedientes en la Universidad de Trujillo, y luego sus prácticas profesionales en el estudio del doctor Eleodoro Romero en Lima, confirman sus sospechas de que el Derecho no funciona siempre para defender la verdadera justicia.
Una vez, hablando de sus futuros estudios de Derecho, Victor Raúl había declarado muy serio en una reunión familiar: "Yo no defenderé sino causas justas". Inmediatamente un viejo tío, conocedor de los secretos de la profesión y de las complicaciones de la vida, le había respondido "...Pero te morirás de hambre!" Era 1913 y Victor Raúl teníá diecisiete años. "Mientras tenga causas justas que defender, no importa lo que pueda ganar", fue su categórica respuesta. La rectitud de Haya de la Torre es, quizás, el rasgo que más lo caracterizó a lo largo de su vida. Esta rectitud le venía de familia.
De la formación familiar de Victor Raúl puedo dar fe, personalmente, porque soy hija de su hermana Lucía, y sus padres, Raúl Edmundo Haya y de Cárdenas y Zoila Victoria de la Torre de Haya, eran mis abuelos. En esta foto aparece mi bisabuela, Jacoba Cárdenas de Haya, mi abuela, su hija política Zoila Victoria de la Torre de Haya, madre de Victor Raúl, mi mamá, Lucía Haya de la Torre de de la Puente, hermana de Victor Raúl, y mi hermana mayor, Lucy de la Puente Haya. Una anécdota cuenta que cierto día, en una reunión familiar, Victor Raúl intervino en la conversación para decir: "Los hijos nacen sin ser consultados para venir a este mundo. Los padres sí saben que los van a traer a él. Frente a los hijos, toda la responsabilidad es de los padres." Estas ideas audaces provocaron los comentarios de dos tías, Victoria y Adela Gonzalez Orbegoso, pero la abuela Jacoba, que estaba presente, y que aparece en este retrato, intervino en defensa del joven pensador: "Me encanta que mi nieto sea un puritano," dijo. "Así fue mi marido y así es su padre." Doña Jacoba de Cárdenas de Haya fue una mujer sumamente enérgica y muy caritativa, que tuvo notable ascendiente en la antigua sociedad trujillana. Ella ejerció gran influencia en la formación primera de Victor Raúl.
Raúl Edmundo Haya y de Cárdenas, hijo de Jacoba con don José de la Haya, fervoroso entusiasta de las ideas democráticas de la Independencia, era un reputado contador, y fue además maestro, diputado y periodista, fundador de los diarios "El Porvenir" y "La Industria" en Trujillo. Resolvió casarse con su prima en tercer grado, la cultivada y piadosa Zoila Victoria de la Torre y de Cárdenas, una linda muchacha de perfil de medallón, educada en Lima, y de la que Raúl Edmundo quedó prendado apenas la conoció.
Los padres de ella, descendientes del beato padre Urraca y del prócer de la Independencia Gerónimo de la Torre y Gonzales de Noriega, se opusieron absolutamente a esta relación. La oposición fue tan tenaz y el amor platónico de los jóvenes duró tantos años, que reviviendo un drama romántico, decidieron consagrarse a Dios, y hacerse fraile y monja, respectivamente, si no podían casarse. Estaban tan decididos que unos tíos intercedieron por ellos ante el padre de la novia, logrando que este diese su consentimiento.
Años más tarde, Raúl Edmundo diría a su hijo Victor Raúl: "No te apresures en buscar placeres... Quiero que sepas que el primer amor de mi vida fue por tu madre; y a la oposición de tu abuelo Agustín a que yo, que era el primo sin fortuna, me casara con ella, se debe que desde 1889, en que intercambiamos anillos de compromiso, no pudiéramos casarnos hasta 1894. Pero ese noviazgo largo y casto tiene mucho que ver con tu salud extraordinaria y la de tus hermanos, porque siempre pensé en la responsabilidad de no lanzar hijos débiles al mundo, y a la vez, con mi único amor ha sido por tu madre, que es hoy tan fuerte y leal como cuando nos conocimos." Palabras como estas calaban muy hondo en la conciencia de Víctor Raúl.
La disciplina en el hogar de los Haya de la Torre estaba profundamente arraigada en la orgullosa tradición trujillana, y se fundamentaba en el ejemplo de los padres. Se practicaba honestamente una severa moral, que era considerada más importante que la prosperidad económica. Raúl Edmundo nunca castigó físicamente a sus hijos. Sus métodos de educación, además del ejemplo mismo, eran sutiles y respetuosos. Cuando Victor Raúl o su hermano Agustín, a quien llamaban Cucho, se portaban mal, recibían en su mesa de noche amables cartas de reprimenda, que eran muy temidas y venían en sobre cerrado. Las cartas no sólo contenían críticas sino también sabios consejos paternales, y era obligatorio que las contestaran formalmente, empleando una máquina de escribir que habían recibido desde muy niños. Cucho escribía siempre "Mi querido papá", y Víctor Raúl, "Mi querido padre". Estas respuestas contenían explicaciones, propósitos de enmienda, y a veces también pedidos. Si tenían faltas gramaticales, el padre las corregía. Y si los problemas de conducta se repetían, Raúl Edmundo escribía al reincidente frases como esta: "Bajo tu firma me has prometido no volver a comportarte mal; estás faltando a tu palabra que yo guardo en un documento."
Victor Raúl fue educado tempranamente en la música. Junto con sus hermanos y primos, y con otros hijos de la aristocracia trujillana, integró una estudiantina infantil que se presentó varias veces incluso en el Teatro Municipal de Trujillo. Victor Raúl era el que mejor tocaba el violín. También tocaba el piano. Le gustaba mucho la música. Hasta los últimos días de su vida se transportaba escuchando música clásica, especialmente dulces solos de violín. Con su primo Macedonio y otros niños montaban siempre espectáculos musicales en el teatro de la República de Carretes, y un poco más grandes organizaron espectáculos de títeres, y luego de circo, musicalizados en vivo por ellos mismos.
Victor Raúl nunca pudo olvidar que su "mamá Julia", hija y nieta de negros esclavos, cantaba siempre con su voz dulce y melancólica, una canción que decía "Nací en las playas del Magdalena bajo la sombra de un payandé como mi madre fui negra esclava siempre en cadenas yo trabajé... ¡Ay, suerte maldita cargar cadenas y ser esclava de un vil señor...!" La distancia que marcaban usualmente las familias aristocráticas de fines del siglo pasado con la servidumbre y con el pueblo resultaba para Victor Raúl extraña y siempre sintió que esa separación no encajaba con los valores de justicia con que había sido criado. Victor Raúl y su hermano Cucho comenzaron a frecuentar la Biblioteca de la Liga Obrera de Trujillo, a pesar de que lo tenían prohibido, entre los 13 y 14 años. Se sentían atraídos por las arengas del anarquista don Julio Reynaga, negro maestro de baile que hablaba muy bien y voceaba citando a Proudhon, "la propiedad es un robo". Después de ganar el acceso a la biblioteca, y trabar amistad con los luchadores, Victor Raúl le comentaba a Cucho, "Nosotros sabemos muy poco de la vida de los pobres. Por lo menos éstos leen y hacen que la gente lea. Y eso está bien... Hay muchas injusticias en la vida". Un día escuchó a su padre opinar sobre el mal trato que recibían los trabajadores peruanos en las haciendas del valle de Chicama, administradas por alemanes o norteamericanos. Aunque sabía que no debía intervenir en conversaciones de los mayores, no pudo contenerse y dijo entusiasmado: - Bien, papá! Yo creo que la gran obra del Perú es la inspiración. Tú ves a los arrieros de la Sierra, algunos blancos y rubios como los de Cajabamba. Son iguales en raza a nosotros. Otra cosa sería si supieran leer y escribir. Los cholos también; ya ves al doctor Rivadeneyra, negro y vice-rector de la Universidad, y ya ves al doctor Asmat, indio mochero, graduado de abogado. Lo que hace falta es dar instrucción a todos, sin fijarse en razas. Eso lo dice González Prada en su libro "Pájinas Libres". - ¿Tú has leído a Gonzalez Prada? - preguntó don Raúl Edmundo, inquieto. Esta confesión le preocupó, pero lejos de amonestar a su hijo, empezó a orientarlo en el estudio de la política peruana, permitiéndole el acceso a la amplia sección de su biblioteca (una de las mejores de Trujillo) que contenía los libros de análisis político, filosófico y social. El diálogo entre padre e hijo se hizo más íntimo desde entonces, y la instrucción del pueblo pasó a ser la gran causa que persiguió Victor Raúl toda su vida. Uno de esos días, Temístocles, el mayordomo de su abuela, le contó un chisme al pequeño Victor Raúl: - Anoche conversaba el señor Raúl con su abuelita y le contó que usted leía mucho y libros muy serios, y que tenía ideas libres. La señora le dijo que tuviera cuidado con eso porque usted podía perderse. Pero el señor le contestó: No tengas temor, mamá, porque Victor Raúl tiene ideas claras, es muy inteligente y me parece que sabe a dónde va. Mejor es que lea todo.
Apenas ingresó a la Universidad de Trujillo, hizo su primer intento de "Universidad Popular", con sus primos y algunos amigos estudiantes, para dar instrucción a mayordomos y obreros del barrio. Muy pronto, no siendo los otros tan constantes y convencidos como él, se quedó solo con el proyecto, pero nunca olvidaría la idea. Pronto comenzó a involucrarse en política. Desde lejos conmovía a la ciudad el lejano incendio de la Primera Guerra Mundial. En la Universidad de Trujillo, inspirados por Abraham Valdelomar, Victor Raúl, Antenor Orrego, Cesar Vallejo, Ciro Alegría, Alcides Spelucín, y otros estudiantes, integraban el "grupo intelectual de Trujillo", un grupo de jóvenes inquietos. Desde entonces el joven Haya de la Torre destacaba por sus discursos enfervorecidos que contagiaban a quien le oía. Su primera victoria política fue la defensa de una lista contraria a la del poderoso grupo del sobrino del Prefecto, para la dirección del Centro Universitario. A comienzos de 1917, a los veintitrés años, postuló para delegado por Trujillo a la Federación de Estudiantes del Perú, y fue elegido.
En Lima comenzó sus estudios en San Marcos. Gracias a una carta de mi papá, el ya conocido novelista José Félix de la Puente, novio de su hermana Lucía y compañero de largas conversaciones en Trujillo, conoció a González Prada, a quien había leído y admirado desde niño, y que venía de una familia tan antigua y aristocrática como la suya. El Maestro le invitó a seguir visitándolo, y la amistad continuó por poco más de un año, hasta la muerte de González Prada en 1918. Aquí aparecen los dos. Haya viste un traje típico cuzqueño. Entre 1917 y 1918, el Coronel César González, viejo amigo de la familia y ex prefecto de La Libertad, invitó a Victor Raúl a acompañarlo como secetario al Cuzco, donde había sido nombrado Prefecto.
Antes de partir, escribió a su padre: "Estoy seguro que el verdadero Perú, el que me interesa, no está sólo en Lima. Que hay otro Perú que es, acaso, más auténtico." Dos años después, escribiría a un amigo en Argentina, "Yo he vivido ocho meses en el Cuzco, conozco Cajamarca, Apurimac y otros puntos de la sierra peruana. Usted no puede imaginarse los horrores que allí se cometen. He visto indios con las carnes tajadas por los látigos con que los azotan." Mientras estuvo en el Cuzco, Victor Raúl aprendió quechua, y fue el primer Secretario de la Prefectura que se preocupó en atender todos los reclamos de los indios y ver que la justicia fuera la misma para todos. De vuelta a Lima, en una comida donde su tío Amador del Solar, defendió a los indios con gran convicción. El tío, sorprendido, le advirtió, "...no digas esas cosas, sobrino, el Perú no podrá resolver en muchos años ese problema... Ten cuidado, tú puedes ser un gran político, pero no provoques resistencias..." Victor Raúl sólo sonrió, educadamente. Pero en su corazón había ya una herida abierta por la injusticia racial y social en el Perú.
Inicialmente, Victor Raúl estaba sólo interesado en la educación del pueblo, y no quería hacer política, aún cuando era sobrino carnal del Vice-Presidente de Leguía, Agustín Haya. A este mismo tío le dijo una vez, antes de que su partido asumiera el Poder, "Está bien que caiga el civilismo, pero no creo mucho en los que vengan a suplantarlo." Sin embargo, cuando la fábrica de tejidos "El Inca" se declara en huelga, entusiasmado por las reivindicaciones obreras en el mundo, Victor Raúl se vuelve un ferviente defensor de la causa obrera en el Perú, sobre todo de la jornada de ocho horas, la cual contribuye a lograr como miembro de la Federación de Estudiantes del Perú, involucrando a los estudiantes con los obreros y haciendo de representante de esta unión ante el gobierno de Leguía. Luego vendría la lucha por las reformas universitarias, que también logró, la exitosa Organización de las Universidades Populares González Prada, donde un grupo de universitarios daban instrucción nocturna gratuita a cientos de obreros, que llegaron a ser miles de fieles seguidores, y finalmente las huelgas y la lucha contra la utilización de la religión para legitimar el régimen totalitario, que pretendía consagrar la dictadura al Sagrado Corazón de Jesús. Todo lo que defendió, lo logró; sin perder su idealismo. Varias veces intentó Leguía ofrecerle trabajo y dinero por quedarse callado, y al no aceptar terminó ofreciéndole una pequeña fortuna, quince mil dólares de la época, más una pensión de cien libras mensuales si se iba del país voluntariamente. Pero su conciencia era incomprable. Esto le costó la prisión y el temprano destierro. Era el comienzo de una vida de lucha incansable.
Hasta los últimos días de su vida, Victor Raúl no olvidaría sus ideales juveniles, y las conversaciones con su padre repicaron siempre en su conciencia. Antes de partir a Lima, éste le había dicho: "Lo único que te recomiendo es que seas indesmayable en lo que te propones. Porque a este país le hacen falta hombres de voluntad." Victor Raúl nunca olvidó su propia respuesta, que asumió como un compromiso. "El Perú necesita una renovación desde sus raíces.", dijo entonces, como lo volvería a decir tantas veces. "Sigo creyendo que en la obra de la instrucción del pueblo está el secreto renovador... Ojalá haga yo algo en la vida. Pero ya lo sabes, papá, ¡desde las raíces!"
Victor Raúl Haya de la Torre nunca abdicó de sus ideales. Casi todos los gobernantes a los que combatió, dictadores acostumbrados a mandar con el látigo y con el oro, trataron de comprarlo ofreciéndole crecientes sumas de dinero, pero fue imposible. Incluso cuando fue elegido Presidente de la Asamblea Constituyente, en 1979, renunció a su sueldo. Murió pobre de dinero ero rico de espíritu y del amor de su gente. El, que había pasado su infancia en una lujosa casa de veintidós habitaciones, vivió los últimos años en una quinta prestada, amoblada en forma muy austera, sólo con los objetos más indispensables, y sus libros para seguir estudiando y enseñando.
Su único mueble valioso, hasta el final, fue la cama, herencia de familia, en fina marquetería y con una cabecera que mostraba un bello paisaje de torres al amanecer. Esta cama estaba flanqueada por una mesita de noche de madera simple y sin adornos. Sobre la cabecera, al lado derecho, estaba el retrato de sus padres. Hasta el último día se mantuvo fiel a los verdaderos valores, que de ellos había recibido. Siempre repitió una frase de Diderot: "Es necesario ser virtuosos o renunciar a ser grandes..."
Fe y Unión
ARTICULO PUBLICADO EN AGOSTO DEL 2001 POR UN ANIVERSARIO MAS DE LA MUERTE DE VICTOR RAUL HAYA DE LA
Hace veintidós años y algunos días que ya no está con nosotros Víctor Raúl Haya de la Torre. Y lo que hizo por el Perú sigue vivo como nunca. El cuerpo de ese hombre que soñó con la justicia desde la infancia hasta la muerte, y que luchó por estos sueños con toda la fe de su espíritu, con toda la energía de su lucidez, descansa hoy en su Trujillo natal, en un rincón del mundo donde está escrito "aquí duerme la luz". Y sin embargo, los sueños de este peruano inmortal no están enterrados en ninguna parte. Todos siguen vivos. Muchos de ellos, de una manera u otra, se han cumplido ya. Y se han cumplido porque eran sueños que todos soñamos. La jornada de ocho horas, los derechos laborales, el derecho a la educación gratuita, son realidades, aunque se nos hayan querido hacer olvidar. Estas realidades las vamos a recuperar porque ya eran nuestras y las habíamos logrado hace mucho tiempo, en años de lucha de varias generaciones de personas que nos dimos cuenta que estos derechos emanan de los derechos básicos de la persona humana, que debe ser el fin supremo de la sociedad y el Estado. Haya de la Torre cambió para siempre la historia del Perú, porque su inteligencia preclara le permitió comprender esto y transmitírnoslo a muchos de nosotros, que hoy continuamos lo que él empezó. La fuerza del pueblo organizado como contrapeso al mero poder económico sin alma, para una civilizada y constructiva convivencia de todos los ciudadanos que integran una nación, es la esencia del mensaje de su mensaje.
Víctor Raúl dedicó su vida a recordarnos, precisamente, que la unión de todos es necesaria. "Queremos que el Partido mantenga esta voz de fraternidad", decía. "Y le decimos a todos los peruanos que siempre quisimos y queremos un Perú nuevo. Un Perú nuevo que siga la ruta de todos aquellos países que han logrado sus más altas expresiones de progreso por el esfuerzo, por el trabajo, por el sacrificio, por la decisión." Un gran frente único de trabajadores manuales e intelectuales, una forma de gobierno verdaderamente democrático que aglutinara a todas las clases sociales bajo la bandera y el valor absoluto y único del ser humano y la satisfacción de las necesidades de cada uno, eso es lo que proponía Víctor Raú.
Este dos de agosto, primero frente a su monumento, luego en la quinta Mercedes, casa prestada por una tía donde vivió sus últimos años, y finalmente en la Iglesia de San Francisco, estuvimos reunidos gran cantidad de peruanos, orgullosos de haber sentido la influencia valiente de este gran maestro en nuestras vidas. Recordábamos una vez más que tomar conciencia de nuestros propios derechos es el primer paso, para luego unirnos y exigir, por las buenas, que estos derechos se nos reconozcan. Cuando nos unimos, adquirimos automáticamente la fuerza necesaria para lograrlo. Veía en la Iglesia de San Francisco a muchos viejos compañeros, muchos amigos, muchos simpatizantes, y lo que es mejor todavía: Muchas personas que, sin ser apristas, hoy se aglutinan en torno a los mismos principios básicos, principios reales, no porque sean principios apristas, sino porque son principios basados en la verdad. Son principios que todos tenemos en común. Ninguna hipnosis, vieja o nueva, nos hará olvidar esto. Tampoco lo logrará ninguna amenaza.
Hoy atravesamos momentos difíciles, pero de grandes oportunidades. El último de una larga serie de regímenes autocráticos ha llegado a su fin. La unión de todas las fuerzas democráticas del Perú en torno a una voz unánime, la mentira derrotada por un anhelo general de verdad, la toma de conciencia y el reclamo unido y poderoso de tantos peruanos, esta es la parte positiva del saldo que nos dejan diez años de pragmatismo embrutecido. No importa de qué tradición política venimos, si nos podemos unir para exigir el bien común, porque eso es lo que todos queremos, no el mercado por el mercado, no el dinero por el dinero, no la ley del más "vivo" abusando de todos por medio del engaño. Armonía y conciencia, no descaro impune y unilateral del poder económico, eso es lo que todos pedimos hoy. Justicia, no violencia social ejercida fríamente a través de la economía y la supuesta "autoridad". Recordemos hoy a Víctor Raúl Haya de la Torre: Un hombre lleno de fe, que a través de la lucidez y el diálogo, de la acción inteligente, pacífica y coordinada, nos demostró, y dejó demostrado para siempre, que cuando nos unimos, se logran cosas. Víctor Raúl, el inmortal, sabía que la justicia social es la única finalidad aceptable de la historia de una nación. Víctor Raúl, presente entre nosotros, sabía que la Patria somos todos. Sabía que su lucha era como el aire, y que esto aire, tras la muerte, seguiría continuado en el viento. Muchos continuamos hoy, y muchos seguirán mañana, encarnando este incontenible viento de libertad y justicia. El pensamiento de Víctor Raúl no morirá nunca.