Por: Fernando Vivas
Magaly me ha retado a explicar por qué le sugiero que abandone los ampayes. Por un lado, no critico el ampay de la revista “TV y Novelas” al cura Alberto Cutié, que fue descubierto besando y acariciando a una mujer en una playa de Miami. ¡Pero si fue buenísimo! Ojalá “Magaly Teve” hubiera aireado ampayes como ese, que ha servido para desenmascarar a un personaje público: el célebre padre Alberto no solía hacer apología del celibato, pero en su “talk show” posaba como sacerdote y la teleaudiencia asumía que el hombre respetaba sus votos de castidad. ¡Ese era el gancho de su estrellato, un santo varón mediando en cosas profanas!
Más allá de las tribulaciones de Cutié, el fabuloso ampay —hecho en un sitio abierto y público, sin acoso ni invasión flagrante de privacidad— ha alentado el debate público sobre la fobia de la Iglesia Católica a los derechos sexuales. Bienvenida, entonces, la gráfica impertinencia. Tercera razón para Magaly: Cutié era Cutié. No hubo error que lamentar. Medina, además de equivocarse, emboscar con señuelos y reglar a sus víctimas, se ha malacostumbrado a airear ampayes en la zona gris entre lo público y lo privado, a pillar a infieles e injuriarlos con su doble moral, a acosar a personajes para que exploten ante la cámara. Cuando, prudente, ha ampayado a jugadores que debían estar concentrados, a estrellitas que promocionaban mentiras sobre sus “affaires”, a intrigantes que vivían del misterio o, simplemente, a superfamosos de los que todos quieren un pelo, y no los ha insultado gratuita y prejuiciosamente, se lo he reconocido.
El ampay o mera exposición de un famoso es un género universal y legítimo, si se atiene a normas de respeto al honor y la privacidad. Quizá, en un futuro, Magaly pudiera volver a intentarlo, pero hoy no tiene ni la credibilidad, ni la serenidad, ni el equipo, ni el favor de los anunciantes. Y, para colmo, aún no se rectifica por el caso de Paolo Guerrero. No tiene, por lo tanto, autoridad para ampayar a nadie.
Magaly me ha retado a explicar por qué le sugiero que abandone los ampayes. Por un lado, no critico el ampay de la revista “TV y Novelas” al cura Alberto Cutié, que fue descubierto besando y acariciando a una mujer en una playa de Miami. ¡Pero si fue buenísimo! Ojalá “Magaly Teve” hubiera aireado ampayes como ese, que ha servido para desenmascarar a un personaje público: el célebre padre Alberto no solía hacer apología del celibato, pero en su “talk show” posaba como sacerdote y la teleaudiencia asumía que el hombre respetaba sus votos de castidad. ¡Ese era el gancho de su estrellato, un santo varón mediando en cosas profanas!
Más allá de las tribulaciones de Cutié, el fabuloso ampay —hecho en un sitio abierto y público, sin acoso ni invasión flagrante de privacidad— ha alentado el debate público sobre la fobia de la Iglesia Católica a los derechos sexuales. Bienvenida, entonces, la gráfica impertinencia. Tercera razón para Magaly: Cutié era Cutié. No hubo error que lamentar. Medina, además de equivocarse, emboscar con señuelos y reglar a sus víctimas, se ha malacostumbrado a airear ampayes en la zona gris entre lo público y lo privado, a pillar a infieles e injuriarlos con su doble moral, a acosar a personajes para que exploten ante la cámara. Cuando, prudente, ha ampayado a jugadores que debían estar concentrados, a estrellitas que promocionaban mentiras sobre sus “affaires”, a intrigantes que vivían del misterio o, simplemente, a superfamosos de los que todos quieren un pelo, y no los ha insultado gratuita y prejuiciosamente, se lo he reconocido.
El ampay o mera exposición de un famoso es un género universal y legítimo, si se atiene a normas de respeto al honor y la privacidad. Quizá, en un futuro, Magaly pudiera volver a intentarlo, pero hoy no tiene ni la credibilidad, ni la serenidad, ni el equipo, ni el favor de los anunciantes. Y, para colmo, aún no se rectifica por el caso de Paolo Guerrero. No tiene, por lo tanto, autoridad para ampayar a nadie.
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