Por: Gustavo Gorriti
En estos días, las audiencias en el Congreso para la aprobación del candidato a contralor propuesto por el Ejecutivo, se manejan con la elegancia de una combi, pero son a la vez tan exhaustivas como su ruta.Aunque no se puede dejar de tener un grado de simpatía por Edmundo Beteta, el aspirante a contralor, ante las atribuladas sesiones de confirmación que padece, no cabe duda que el Congreso hace bien en ejercer su derecho de escrutinio. Después del caso de Ingrid Suárez es mejor política el exceso que el defecto en la investigación.Tener un buen contralor, o una buena contralora, es de obvia importancia para cualquier país, pero especialmente para uno habitualmente infectado por la corrupción, que alcanzó proporciones de septicemia en la década pasada.Uno supondría que lo que se demanda al contralor en términos de probidad y trayectoria sin tacha, se exige cuando menos por igual al presidente. Porque, ¿de qué vale tener a Savonarola en la contraloría si se tiene a Vito Genovese en lapresidencia?Ya se sabe que el método de elección no es igual, que el presidente es elegido por todos los ciudadanos al cabo de una campaña política en la que la razón le suele ceder espacio a la ilusión; pero se supone que en una democracia básicamente saludable, la una no debe sofocar a la otra.La diferencia entre un pueblo de ciudadanos y un populacho manipulado es el nivel de información, debate y memoria al que la gente tiene acceso. La memoria es condición necesaria de la libertad; y cuando se la disminuye, distorsiona o pierde, se socavan las bases mismas de la Democracia.¿Por qué? Porque una democracia no es solo el ejercicio de un derecho común, sino un sistema que requiere funcionar eficientemente para poder sobrevivir. Eso exige que la mayoría decida bien la mayor parte de las veces.Para lograrlo, debe estar bien informada en lo relevante y debe tener por esopresentes los hechos del pasado que se relacionan con la actualidad.Por eso la importancia vital de una prensa libre y de calidad. Aunque también le compete entretener, el periodismo es en una democracia el servicio de inteligencia del pueblo. Y la inteligencia puede ser de alta calidad o puede ser una basura. Quienes quieren controlar a la gente estupidizándola tratan, por supuesto, de habituarlas a la basura informativa.Entonces, la democracia requiere memoria clara y viva, calidad informativa (que no solo incluya la información abierta sino la investigada y puesta a disposición de todo el mundo). También requiere, casi con el nivel de importancia de lo anterior, una clase intelectual diversa, intensa, cuyas diferencias y vivas discusiones tengan por lo menos en común una base de hechos y memorias ciertas.Cuando sucede lo contrario, es decir, cuando se hace un esfuerzo masivo de amnesia y de distorsión informativa, puede asumirse sin riesgo a error que se intenta utilizar los mecanismos de la Democracia como un arma contra sí misma.Eso es lo que viene sucediendo ahora.La próxima sentencia de Fujimori tiene movilizados, como era de esperar, a su familia y sus partidos. Desde los intentos de movilización callejera y la estridencia de sus rellenos sanitarios periodísticos, hasta presionar al máximo con el peso (menos mal que en este caso la literalidad no es posible) de su representación en el Congreso. Esto era de esperar y hasta de tolerar, en tanto se de dentro de los límites de lalegalidad. Intentan, al fin, utilizar en su favor los mecanismos de la democracia que destruyeron en el pasado reciente.Pero a la vez está ocurriendo un proceso mucho más perverso y tóxico: inflar ante la opinión pública el peso político del fujimorismo y presentarlo no solo como una probable alternativa de poder sino como una inminencia.No solo eso. Se trata también de presentarlo como una solución respetable, pragmática y positiva para el crecimiento económico y la proyección internacional del país. En otras palabras, como una continuidad “del sistema” frente a los eventuales derrapes y salidas de la pista “antisistema” que pudieran intentarse por parte de los hugos y evos que tenemos por aquí.Así, mientras el ex dictador y fracasado candidato al parlamento japonés, extraditado al Perú cuando se acreditó la presunción fundada de su responsabilidad en crímenes vesánicos, se acerca al momento de enfrentar la sentencia que castiga sus delitos, una campaña múltiple busca ensordecer los asuntos de fondo del juicio, mientras se presenta a la hija del dictador, a su cámpora familiar, como una alternativa deseable,decente y eficaz del poder.Por supuesto que tras la visión pacífica de madejas de lana y roponcitos está el peso de la presión y la amenaza combinados. El peso sumado de Keiko y de Raffo al que se añade, según se hace paulatinamente claro, el de Alan García.“El principal abogado de Fujimori es ahora Alan García” dijo, bajo reserva de fuente, un funcionario de la acusación fiscal hace pocos días. La percepción de las movidas, las presiones a veces sutiles, a veces gruesas, que provienen de Palacio, en favor deFujimori, han sido claramente percibidas por quienes han tenido a su cargo laacusación en el histórico proceso. García, hay que recordarlo, le ha dadosiempre una gran importancia a la influencia y control de su partido (y el suyopropio) en el Poder Judicial. Tras eso hay, por cierto, el interés personal delimpiar sus propios casos; pero más allá de eso, hay una clara influencia. Notan grande ni decisiva como la que tuvo Montesinos, pero sí la más importante decualquier dirigente político hoy por hoy.Desde el cambio de voto de Raffo en la comisión del chuponeo telefónico, el reacercamiento del fujimorismo con García es evidente. En un intento de escenificar un déjà vu con sobrepeso, García parece aprestarse a intentar endilgarnos por segunda vez a un Fujimori como su sucesor.¿Exagero? Estoy seguro que no; y, como lo he dicho, hay personas calificadas del Ministerio Público que tienen una percepción similar.Paralelamente, o como parte de acciones en varios frentes a la vez, todo un conjunto de comentarios que van desde los consensos de coctel hasta los artículos de opinión buscan presentar al fujimorismo no solo como una opción sino como una casiinminencia.Por supuesto que eso supone o ignorar, o glosar como algo incómodo, el juicio a Fujimori y, sobre todo, los hechos que ahí se juzgan.Cuando eso no es posible, se presenta como ciencia jurídica y alegatointelectualmente respetable el huayco de palabrería, el langoy retórico deNakasaki.Lo sorprendente es que gente muchas veces distraida pero inteligente, como Jaime de Althaus, haya entrado en esa onda. En su columna del viernes 20 de marzo en El Comercio, Althaus califica indirectamente al fujimorato (a través de la referencia a una supuesta nostalgia del pueblo peruano) como “democracia delegativa”, según la categoría de Guillermo O’Donnell (el viejo O’Donnell debe haber sufrido una gastritis indeterminada ese día). El argumento del artículo prosigue así: Fujimori, padre presente, severo; Toledo, padre frívolo y ausente; García, apoderado institucional, lastrado por ineficiencias; y luego un posibe Fujimori (la hija, dice, entre paréntesis),padre-madre delegativo a medias pero a la vez institucional. “Tendría quepersonalizar e institucionalizar a la vez, combinando ambas funciones de algunamanera mutuamente fértil” aconseja Althaus.¿Y cuál es el compost que abonaría esa supuesta fertilidad? ¿La impunidad? ¿La asesoría de Montesinos recargado? ¿Los cientos de millones robados al Perú, utilizando la defensa nacional como “viga maestra” (se puede poner de moda de nuevo el terminacho) de la mega cutra? ¿El golpe del 5 de abril? ¿El envilecimiento, la degeneración abismal de las instituciones? ¿Los asesinatos del destacamento “Colina”, protegidos una y otra vez por la cúpula de lo que Althaus llama gobierno“personalizado”? (¿Cómo se llama esa persona?) ¿La complicidad de los grandesempresarios, cuyas miserias y cobardías fueron grabadas en la salita delSIN?¿Qué ya han escuchado y conocen esos argumentos? Entonces, ¿por qué hacen como que los olvidan?
Es que de eso se trata: de olvido inducido, de amnesia; de sacar del discurso aceptable, del comentario lubricado y la conversación polite, la referencia a esos hechos antipáticos; pero que solo son dañinos y peligrosos si se reconoce su existencia, si no se los olvida o, a falta de ello, se los ignora.Esa fórmula de la deshonestidad rentable, el dirigir el olvido, orientar la amnesia y travestirla después con una realidad falsificada, es parte del ADN intelectual de lacorrupción pública peruana; y va desde los modos sibilinos, hipócritas ycobardes heredados del virreinato, al esfuerzo por construir impunidades yrevestirlas –tiempo, indiferencia o complicidad de otros mediante–, con un mantode respetabilidad.Desde la corrupción de Echenique y la huida de Mariano Ignacio Prado en la guerra con Chile, ¿Qué se hizo frente a nuestros grandes corruptos y nuestros más calificados desertores? Dejar que pase el tiempo suficiente, ni siquiera muy largo, para zurcirles coartadas, inventarles historias y reinjertarles respetabilidad. Mantenerlos luego en la élite (es un decir) dirigente del Perú, para garantizar la perpetuación del estilo, modos y formas de la alcahuetocracia.Ahora, sus vástagos titilan en la anticipación del retorno del fujimorato, de esa “democracia” tan delegativa como la de Mussolini.¿Qué Keiko es diferente? Sí. Lo es. Ella, en efecto, intentó, al final, separar a Montesinos de su padre. Y no me parece una mala persona. Cuando se casó, y fue hostigada, escribí en su defensa, demandando que la dejaran vivir en paz y deseándole felicidad personal. Lo volvería a hacer.Pero la Keiko de ahora no permanece en la vida privada sino está, de pico y patas, en la pública. Y no defiende sus puntos de vista, sino la gestión, las acciones, el gobierno de su padre, el dictador. Defiende a un gobierno permeado por el crimen, el robo y la violación de la Democracia. Y al defender la acción del dictador, su padre, defiende también a Montesinos, en tanto el uno no se explica sin el otro.Así que todo este esfuerzo por inocular de nuevo la toxina fujimorista requiere inducir, por lo menos temporalmente, un Alzeheimer multitudinario entre los peruanos.¿Les sorprende entonces la reacción del gobierno de García frente al donativo alemán para construir el Museo de la Memoria? Lo único que uno hubiera esperado de Ántero Flores-Aráoz y de Joselo García Belaunde, es que no hicieran el ridículo con argumentos tan necios como los expresados. Vamos, eso no está entre las exigencias del cargo, ¿no es así? ¿Y Yehude? ¿Qué decimos de Yehude? Por Dios, el premierato, Yehude, no vale esa misa.Por fortuna (esa parte de las encuestas se olvida siempre de mencionar), una inmensa mayoría de peruanos rechaza enérgicamente el fujimorismo. De esa masamayoritaria deben salir los votos que lleven a la siguiente presidenta opresidente al poder.El gran desafío que tendrán esos candidatos, del campo democrático, será no permitir que la repulsión frente al fujimorismo y la complicidad (si no se rompe) con García, lleve a los votantes a escoger apresuradamente una alternativa que pueda poner en peligro a la democracia.La lucha por la democracia, por un país serio y vigoroso, que construya su futuro sobre las enseñanzas de sus memorias y que tenga como mandato central la defensa de las libertades, los derechos humanos y la prosperidad de todos, debe guiar las campañas electorales de los candidatos que enfrentarán a los enemigos de la democracia, sobre todo a los fujimoristas y sus cómplices.La inmensa mayoría de peruanos no somos anti-sistema sino todo lo contrario. Muy pro-sistema. Pero nuestro sistema es la Democracia, con todo lo que ella significa. Sobre todo la necesidad de defenderla de sus enemigos. Y aquí en el Perú, no hay mayor enemigo de la Democracia que el fujimorismo. En otros casos, puede haber duda. Con ellos, hay certeza.